Ese día fue
perfecto. No recordaba lo maravilloso que era el río. Habíamos pasado la mañana
navegando entre los patos que paraban a beber. Era un paisaje digno de pintar,
y estaría en mi memoria para cuando quisiese hacerlo. Comimos en el pueblo y
por la tarde fuimos de paseo por los bosques de la zona. Al anochecer, Lee me
llevó a casa. Me acompañó hasta la puerta y me dio un beso en la mejilla en
señal de que se iba. Una parte de mi dijo: "No por favor, quédate aquí"; pero otra decía: "Al menos ahora podré dedicarme a la pintura un
rato". Si, quería describir lo que había vivido ese día. Utilizar colores alegres y vivos, cuya belleza llenan de luz el lienzo. Así me hacía sentir Lee. Y es curioso el modo en el que buscaba en él lo mismo que en la pintura.
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